domingo, 6 de noviembre de 2011

Los Caminantes

Después de pasarme hora y media haciendo trufas de chocolate empecé a notar como se quejaba mi espalda, así que terminé la última tanda, la guardé en el frigorífico y decidí leer un rato.

Cogí el libro Los Caminantes, que había comprado el día anterior para Carlos y para mí, y me senté en el sofá de la terraza del piso de mi abuela. Es un sofá no muy grande pero bastante cómodo, cubierto por una tela de color hueso con flores bordadas en dorado. Me recordaba a las telas indias.

No había leído ni una página cuando alcé la vista y me di cuenta. Era feliz.
Había hecho celebraciones, había visto a mi familia, a mis amigos, había llorado al volver a casa, pero no había sentido lo que en ese momento. Se me saltaron las lágrimas. Era completamente feliz, me pareció incluso ridículo. Esos escasos dos minutos habían sido los minutos más felices de mi vida con mis nuevos pulmones. Miré el mar, tan hermoso y agitado por el viento. Miré al cielo y di las gracias. Y al hacerlo volví a sentirlo conmigo. No lo sentía desde aquellos primeros momentos en la UCI y en planta. Los sentí a todos. Sentí a mi familia, a Lorena, a Rebeca y a él. La persona más generosa que se cruzó en mi vida, mi ángel. Porque gracias a él ese ratito fue el más precioso y feliz que viviré nunca, y por ello, mis dos minutos de felicidad plena, son suyos.

Y volví a leer...

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